Cuando nos centramos en escribir una historia, lo primero que se suele tener en cuenta suele ser el hilo conductor de la historia, la acción y el avance de todo lo que ha de ocurrir en dicho relato. Y es verdad que es uno de los puntos importantes a tener en cuenta, sin ello no hay historia y es algo que no se puede discutir. Pero entre medias de todo existe una cosa que suele quedar olvidada y muchas veces es casi tan importante como la acción.
El Silencio
Esto que nombro es “ el silencio” o lo que también viene siendo los momentos de calma y descripción. Estos momentos, más allá de servir para describir visualmente el lugar en el que se desarrolla la acción también sirve para que el personaje reflexione o para que el mundo se mueva y avance no solo al ritmo del o los protagonistas de la historia.
Y es que estos momentos de silencio, nos ayudan a desarrollar y redondear la historia.
Pero claro, ¿Cómo aprendemos a dominar el silencio?
Pues una de las formas más conocidas y recomendadas a la hora de practicar con el silencio, es la observación. El ejercicio de la observación, obliga al escritor a pararse frente al mundo y convertirse en una especie de “vieja del visillo”, una vecina cotilla de la imaginación. Para ello, se suele recomendar diferentes técnicas de observación. Todo esto con el fin de trasladarlo al papel en blanco.
Y es que cuando nos presentamos en una escena ante una situación de “silencio”, más allá de ignorarla, podemos abrazarla y emplearla con el fin de mostrar en qué punto se encuentra el personaje, ya sea física o mentalmente. Cómo se siente, que piensa, que le transmite el ambiente en el que se encuentra en ese preciso instante.
La atmósfera
Por otro lado y muy unido a la descripción está la “Atmósfera”. Este término se suele emplear en la literatura para hacer referencia a el ambiente que se transmite en una historia. Si nos encontramos en un relato terror en medio de un bosque, por ejemplo, todos los elementos conformantes de la narración tendrán que generar esa sensación de desasosiego, inquietud…Mientras que si queremos narrar una historia de amor y nos encontramos en medio de unos viñedos en la toscana, como narremos el ambiente y describamos lo que rodea a nuestros personajes, deberá transmitir dicha sensación. Y es que, aunque no es una regla inquebrantable, cuando nos enfrentamos por primera vez a escribir una historia, fijarnos en dónde y cómo queremos contar algo nos ayuda a atrapar al lector y guiarlo a través de nuestro relato.
La mejor práctica a seguir cuando se empieza es seleccionar ambiente “cliché”, ubicaciones que son conocidas en el imaginario colectivo, estas pueden ser como las nombradas anteriormente del bosque para el terror, los viñedos para el romance o una guerra cuando queremos narrar un drama. ¿Por qué? Es sencillo, porque aquel que lo lea ya va a entrar con cierta predisposición debido a que la escena le resulta familiar.
Esto no quita que una vez dominadas la atmósfera y el silencio, no hagamos por salir de estas ambientaciones “cliché” y probar cosas nuevas como Alaska y Los Pegamoides con “Horror en el Hipermercado”.
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